Vida de Pedro Saputo, Zaragoza 1844
De
donde viene el dicho: la justicia de Almudévar
El
herrero un día se enfureció contra su mujer porque le llevó el
almuerzo frío; y tomando un hierro que estaba caldeando en la fragua
se lo metió por la boca y la garganta, expirando la infeliz en
brevísimo rato. Era el herrero hombre muy estrafalario, bozal, nunca
seguro y de muy malas chanzas, porque es de advertir que todo lo
hacía riendo. La pobre mujer pasaba mucho trabajo con él porque sin
más causa ni motivo que antojársele darle palos, le daba; mesarle
los cabellos, se los mesaba; hacerla dormir en el suelo desnuda y sin
ropa en invierno, la hacía dormir o acostarse así por lo menos;
ofrecerle como por cariño un bocado con la cuchara, se lo ofrecía y
al tiempo que abría la boca se lo tiraba a la cara o en el seno.
Otras veces cogía un cuchillo, y haciéndola echar y poniéndole el
pie en el cuello jugaba a degollar el carnero o el cochino, o
concluía levantando el brazo diciendo: quién como Dios. Otras la
ataba los brazos al cuerpo y luego las piernas en uno, y la hacía
rodar por el cuarto y tal vez por la escalera. Pero esta burla que
quiso hacer con el hierro de la fragua superó a todas, pues dejó a
la pobre mujer sin vida en menos de cuatro minutos.
Prendiéronle
inmediatamente, y puesto en la cárcel con muchas cadenas al cuello y
cepos a los pies, le juzgaron aquel mismo día y le condenaron a
muerte; cuya sentencia iban a ejecutar otro día. Ya estaba la horca
levantada y todo el pueblo en la plaza aguardando la ejecución; ya
le sacaban y llevaban al patíbulo, cuando subiendo uno del pueblo a
caballo encima de los hombros de otro dijo:
―¿Qué
is a fer, hijos de Almudévar? ¿Con que esforcaréis a o ferrero que
sólo tenemos uno? Y ¿qué faremos después sin ferrero? ¿Quién
nos luciará as rellas? ¿Quién ferrará as nuestras mulas? Mirad lo
que m'ocurre. En vez de enforcar a o ferrero que nos fará después
muita falta, porque ye solo, enforquemos un teisidor que en tenemos
siete en o lugar e por uno menos o más no hemos d'ir sin camisa.
―¡Tiene
razón!, ¡tiene razón! ―gritaron todos―; ¡enforcar un
teisidor!, ¡un teisidor!... ¡un teisidor!...
Y
sin más que esta voz y grito cogen al primero de ellos que toparon
por allí, le llevan a la horca, le suben y le ahorcan, y ponen en
libertad al herrero.
Del
pleito al sol
Dicen,
pues, que mientras Pedro Saputo estuvo en la corte, pusieron los de
su lugar pleito al sol, y que cuando llegó a Zaragoza y después que
le hubieron saludado todos, le llamaron un día a la plaza en donde
estaba ayuntado el pueblo, y le dijo uno del concejo:
―Con
mucho deseo, oh hijo nuestro Pedro Saputo, esperábamos tu venida al
lugar para darte cuenta de una cosa que hemos hecho y que tú con tu
mucha agudeza y sabiduría nos has de ayudar a llevar a buen cabo y
final cumplimiento. Has de saber que habrá un mes pusimos un pleito
al sol...
Apenas
oyó esto Pedro Saputo, dijo:
―¡Pleito
al sol!
Y
respondió uno de la plaza:
―Pleito
al sol, sí, pleito al sol; porque siempre nos fiere de frente en el
camino de Huesca. ¿Vamos allá? Nos fiere la cara; ¿venimos de
allá?, nos torna a ferir la cara. Y el otro día a Simaco Pérez y a
Calisto Espuendas les sucedió que de así ferirles el sol se
tornaron cegatos; y como esto aconteció ya a otros en otras
ocasiones pasadas no queremos que nos acontezca a todos, hoy uno,
mañana dos, porque después los de otros lugares nos farán mueca y
nos llamarán ojitos y guiñosos. Por eso hemos puesto pleito al sol,
y hasta que le ganemos y no nos fiera más de cara en el camino de
Huesca, no hemos de parar. Y ya puedes tú que eres tan agudo y tan
aquel, mirar y fer que esto no se pierda y trabajar con los jueces y
letrados, que al fin bien los pagamos, que yo dié el otro día una
ovella que me tocó para los gastos.
―Pero,
señores ―dijo Pedro Saputo― ¿es posible que habéis caído en
la mengua que estáis diciendo? ¿Pleito al sol habéis puesto? ¿Qué
dirán los otros pueblos?
―Que
digan lo que quieran ―respondió otro bárbaro de la turba―; más
vale que digan eso que no tornarnos cegatos y después no valgamos
para cosa, y nos fagan la figa y no lo veigamos. Y ya puedes
traballar si no a volar a d'icho lugar, que parece que desde que has
estado en la corte del rey ya no te conocemos.
Y
a estas palabras siguieron otras más altas, acalorándose la gente
de modo que Pedro Saputo hubo de ceder, y haciendo señal de querer
hablar, se sosegaron y callaron, y él les dijo:
―Yo
os doy palabra que el pleito se acabará en breve, que no durará una
semana, y que lo ganaremos.
―¡Bien!
¡Bien! ¡Viva Pedro Saputo!
Y
se deshizo la junta.
Preguntó
quién era el letrado que defendía a Almudévar, y fue a verse con
él y las demás piezas de aquel juego.
El
letrado le dijo que efectivamente le habían pedido los de Almudévar
que les escribiese una demanda y querella contra el sol, porque les
daba de cara cuando venían a Huesca y cuando se volvían al lugar, y
que le querían poner pleito; que primero les dijo que era un
disparate, pero que no pudo disuadirles; que después los quiso
arredrar con los gastos que ocurrirían, y que a esto habían
respondido que no faltaría dinero; y que en efecto después había
sabido que se escotaban y reunían una cantidad muy considerable. Por
esta relación vio Pedro Saputo que no había lo que él sospechara
de estafas y malicia; se rió con el letrado, se estuvo paseando por
allí dos días, y al tercero por la tarde se volvió a Almudévar
discurriendo antes el modo de salir del paso, dejando a los de su
lugar por tontos hasta la consumación de los siglos.
Convocó
al pueblo por la mañana, y le dijo desde unas piedras que habían
sido cimiento y pie de una cruz:
―Hijos
de Almudévar, os participo que hemos ganado el pleito al sol... No
os alborotéis; oíd: ya no os volveréis cegatos, ni os podrán
llamar ojitos y guiñosos, porque no lo seréis. La cosa ha pasado de
esta manera. Después de ver lo que se alegó de nuestra parte y lo
que contestó la contraria, fui al juez y le hablé largamente de la
tirria que nos tiene el sol, y de su terquedad y trece de cuenta en
herirnos siempre de cara; y en fuerza de mis reflexiones ha
sentenciado a nuestro favor; e yo tomando una copia de la sentencia
me la puse en este secreto de mi gabán, y es del tenor siguiente
(¡cómo levantaron la cabeza y abrían la boca para escucharla!):
«En la ciudad de Huesca, a los siete días del mes de noviembre del
año a Nativitate mil y tantos diez catorce, yo el infrascrito juez,
alcalde, corregidor, tribunal y definidor de causas, pleitos y
querellas de la tierra y los planetas de cielo; en la instancia que
se sigue por el consejo y villa de Almudévar contra el procurador
Benito Gómez nomine y de parte del sol de España; atento a lo que
por ambas partes se ha alegado, y remitiéndome al proceso en todo
caso tam in preses cuam in futurum, declaro y fallo en justicia, ley,
conciencia, y razón, y en nombre y voz de la católica majestad del
rey nuestro señor (que Dios guarde), que el concejo y Villa de
Almudévar no pide ninguna gollería ni lo que dicen cotufas en el
golfo, sino lo que hace muchos años y aun siglos que pudieron pedir
con el mismo derecho y justicia que agora, y que el sol en adelante
no sea osado de ferilles de cara cuando vengan de Huesca y se vuelvan
por la mañana...»
Aquí
no pudo ya contenerse la multitud, y tiraron los sombreros al aire
gritando:
―¡Viva
Almudévar! ¡Viva Pedro Saputo!
Y
duró un rato la algazara y jubilación de la victoria. Así que se
desfogaron, continuó Pedro Saputo y les dijo:
―Agora
de ese dinero que habéis recogido, que según he calculado pasa de
mil libras jaquesas, se podría hacer un pozo de piedra para tener
agua abundante y buena en todo tiempo, con una balsa inmediata, de la
cual se podría pasar el agua lluvial después de clarificada.
―¡No,
no! ―gritó una voz de la turba―. ¿Agua dices? Aun la del cielo
nos incomoda. Si heses dicho una fuente o un pozo manantillo de vino,
entonces sí que heses acertado; pero d'agua, ¡bien empleado dinero!
En otra cosa lo podemos emplear. Oíd lo que m'ocurre: por ahí se
están cayendo los muros y arruinándose a toda priesa, y día y
noche tenemos o lugar abierto; compónganse los muros y fagamos unas
puertas bien fuertes para cerrar de noche que no entren os ladrones y
no vuelva a suceder o fecho de la semana pasada, que entraron a media
noche, mataron perros, asustaron a la comadre y el hornero viejo, y
se llevaron a filla de Jorge Resmello, a Resmella, pues ya la
conocías; y la volverán, sí, gora un rasco, o la dejarán que no
valdrá para cosa. Esto, es lo que hemos de fer con ese dinero.
Y
aplaudieron todos al que eso dijo; y Pedro Saputo calló, se encogió
de hombros, y se fue a su casa, imaginando en la ligereza y facilidad
del vulgo que en una hora muda de afectos, aclamando con vivas y
amenazando de muerte.
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